miércoles, 7 de julio de 2010

Super Poderes disminuidos por Super Enfermedades

Parece que el adiós que intuía en sus miradas el lunes pasado solo estaba en mi cabeza, o la de mi mamá, tal vez en la de él también, (aunque en su cabeza nunca se puede saber que hay, en la de mi mamá tampoco) en todo caso de las cabezas no pasó


Fue una semana pesada, el asma de mamá estaba cada vez peor y tuvo que buscar un lugar donde la atendieran.

— ¿Por qué no lo llama? —Me pregunté la última noche que la vi dejar de respirar más de medio minuto entre espasmo y espasmo. 

Supongo que lo último que quiere es hacerle saber que realmente no se siente tan bien sola. Después de todo sola, sola no está; por allá, lejos del mar, tiene una familia y lo mejor era buscarla. 

Llego conmigo en brazos y el rostro maltrecho, la tía abuela se preocupó y mando a llamar al ama cuzqueña quien de inmediato saco de la manga una de sus recetas ancestrales basada en grasa de gallina y leche caliente con ajos y cebollas.
No creo que haya sido agradable pero peor es no poder respirar. Tras esa “sabrosa”  noche se sintió mejor, de todas maneras no se atrevía a estar sola aun, así que le avisó a su hermano mayor que lo invadiría para dormir y la pudieran vigilar por si le faltaba el aire.
Me llevó, claro, fue con Sabana también. El jueves no quiso ir a trabajar. Durmió todo el día y se olvido de mí por completo. Por cierto, descubrió lo mala que es la televisión nacional.

           
Entre esos pesares llego el viernes y una llamada al amanecer que yo sabía esperaba con ansias. Era él, nos recogió y nos acompaño a casa. Conversaron, fumaron, rieron y salieron cada uno hacia su trabajo como si no dejaran de verse nunca. Yo me quedè esperando. Viendo desde la mesa, disgregado aun sin poder saber en que momento volvería mamá a acariciarme para tornarme masa. Supuse que tendría que esperar otra vez hasta el domingo y recé porque el fin de semana fuera bueno y mamá lo acabará con ganas de meterme al horno.
                                                                                                                                                                


Rezar no cayó nada mal. El abuelo visitó a mamá en su trabajo para llevarla a almorzar y eso la puso contenta. A él tampoco le dice nunca que no se está tan bien sola. Luego en la noche tuvo otra sorpresa. Su otro hermano, el segundo, apareció de la nada en su camino junto a su linda dama gitana y uno que otro personaje de circo que acompañaron los ahora lejanos años universitarios. Los trajo a casa e hicieron una pequeña fiesta, todos me prestaron atención, vieron mi cocina y se alborotaron probando mis ingredientes. Me invitaron a ir a su escuela de teatro y mamá no cabía en si. De hecho vamos a ir los dos, yo a alimentar gente y ella actuar otra vez.

 A las tres de la mañana todos se fueron y a las 7 estaba él en la ventana otra vez. Mamá presintió problemas, mi tía se había quedado a dormir y no se llevan muy bien pero nada paso a mayores. Mamá se fue a trabajar y él se quedó cuidándome (normalmente no trabaja sábados pero esto era como un favor a cambio de todos los que mi padrino le hace). Lo miré con recelo todo el tiempo. No tenía porque confiar en él. No había hecho nada que me hiciera estar seguro de que realmente le importamos y sé que mamá a veces duda también. Decidí observar. Los vi divertirse mucho juntos todo el sábado. Salieron un par de veces y regresaron aun más contentos. Hasta ahí no veía nada especial, estoy seguro que hay muchos chicos dispuestos a divertirse igual con mamá. Lo que cambió el asunto fue lo que paso después.

Las horas se hicieron largas pero el domingo llego. Mamá despertó a su lado y sonrió, se paró y me sacó de la mesa para mezclarme en mi bol, entonces él despertó también y prestó mucha atención, después de un par de explicaciones me estaban preparando los dos. Se les veía contentos y yo nunca he dado vueltas de cuchara tan feliz…aunque aun no hay en esto nada de especial. Lo que terminó de esfumar mis dudas fue algo que pasó un rato después. No sé y creo que ellos tampoco saben por qué, pero mamá de pronto se puso muy mal, la atacó una migraña terrible y todo en dos segundos se transformó. Su cara se puso verde, sus labios azules y no paraba de vomitar y de luchar por respirar. Él se quedó a su lado, nunca hizo un gesto de asco ante el vomito que lo mancho más de una vez e incluso lo revisó para indagar. (Demasiados medicamentos para una sola semana,y parece que por dentro, mamá es un poco delicada) Controló su angustia ante semejante episodio y lo único que procuró fue hacer que ella se relaje. No le reprochó los momentos en los que abatida por su escudo de soberbia, de pronto cesaba de dejarse atender y lo echaba de su lado. La abrigó, la arrulló, la arropó, le cocinó ligero para que se recomponga y la contempló compasivo durante todas las horas que duro la crisis. En la noche, cuando la vio despertar y sentirse mejor, me llevó a la cama y me pesaron juntos. Luego fueron a pasear para descargar el ambiente de la casa y regresaron a dormir los dos con mejor semblante.



Hoy en la mañana me pusieron a hornear. Luego cada uno volvió a lo suyo. Esta vez se despidieron con menos angustia en la mirada. Mamá se quedó bastante tranquila y a mí él ya no me cae tan mal.
Con todo el alboroto no noté que tengo un nuevo sabor: Maca con chocochips, parece que gusto bastante porque mi caja a queda vacía  muy rapido. Felizmente aun me falta meterme al horno un par de veces más.



lunes, 28 de junio de 2010

Ardiendo en calor de hogar

                               

Después de semanas de agitación mental, de idas y venidas extrañas, de reveses melodramáticos y mudanzas estrepitosas, Mamá, yo y mis hermanos, logramos armar con algo de ingenio un hogar estable.
Por eso, la consigna y promesa de ayer domingo era por fin llevarme al horno; pero la idea original fue interrumpida por la oportunidad de lavar ropa sin gastar plata en casa de unos amigos, y por la necesidad de bajar a la playa por arena para la caja de Sabana.
Esperé paciente hasta que se hizo muy noche, y ya soñoliento me resigné a ser aplazado una vez más. Cuando llegó mi mamá trató de explicarme que no lo había hecho por defraudarme, y para que me sienta contento dejó aunque sea la masa hecha antes de acostarse. Yo ya no me molesté, supe que no había dejado de pensar en mí porque no olvidó traerme los huevos que me faltaban, y al darse cuenta que no tenía avena la reemplazó con kiwicha. Como no sabía si ponerme pasas o chocochips me puso de los dos, e hizo caso omiso a la falta de sal para la pizca de siempre. Saboreando la masa supo que quedé sabroso y se dispuso a darnos las buenas noches, primero a mí que quedo tapadito sobre la mesa de cajas que hizo para prepararme, luego a Dalia la flor  y a Neptuno el pez que viven sobre la ventana, y finalmente a Sabana la gata que suele ir con ella a la cama.
Dormí ansioso, sé que hace frío y mamá está bastante agitada con el asma y no le provoca salir de la cama, encima a Sabana se le ocurrió querer treparse a jugar conmigo en la madrugada y rompió un vaso e hizo un ruido horrible que asustó y agitó mucho a mamá, haciendo que sufriera enormemente para controlar sus espasmos bronquiales y conciliar el sueño. La pobre Sabana pasó el resto de la noche afuera…
A pesar de todo, mi preocupación era en vano; mamá se levantó dispuesta a hornearme. Limpió ella misma los quemadores del horno y se dispuso a pesarme. Quedé en bolitas perfectas de 50 gramos cada una y me adorno con más chispas de chocolate.
Mientras me empacaba pensó en él. Sí, otra vez en ese sonso que la tiene tan alterada emocionalmente y con el que se anda creyendo el cuento del amor eterno que se enfrenta al destino. Decidió parar y escribir. Cogió un lapicero y mancho un papel en blanco con algunos versos. Luego tomó su agenda y escribió que “hoy se daba permiso para extrañarlo pero no para desear que volviera”. Estaba terminando de cerrar el cuaderno cuando sonó el bendito teléfono. 
—Maldición —dije yo desde mi bolsa—. Ahora falta que sea él. Es por ese tipo de casualidades estúpidas que mamá cree que algo más poderoso que un capricho abrigado desde la infancia la une a él y su bizarra historia amorosa. Yo ya no se que pensar, sobre todo si la veo sonreír después de escucharlo y pararse contenta para comprobar que realmente está ahí bajo su ventana. Además siempre habla muy bien de mí y me come con placer lo cual a mamá le arranca una sonrisa aun más grande. Parece que su sórdida presencia la hace feliz porque aunque ella nunca lo llama, cuando él lo hace la veo iluminarse. 
Durante el tiempo que ese estuvo en casa se olvido de mí, pero tampoco le presto mucha atención él, se puso a limpiar sabiendo que la miraba. De rato en rato se reclamaban algo, parecía que querían anunciar el no verse definitivamente, pero ninguno se atrevió a decirlo.
A la media hora se fue, ni siquiera se dieron un beso, solo un “Chau” como quien lo va a ver más tarde mientras seguía barriendo. Luego corrió a la ventana, él también volteó y cruzaron tristes las miradas hasta que se sacaron la lengua. Suspiró mientras lo perdía otra vez y dio un salto sobre la cama, no estoy seguro si feliz o triste  pero al menos dispuesta a estar concentrada en mí. 
Tomó otra vez sus lapiceros y preparó un cartel muy a su manera para anunciar mi venta, luego terminó de sellar mi bolsa y de acomodarme en mi canasta. El día seguía lluvioso y noto que era tarde. Siempre se le hace tarde. Se vistió con mucha, mucha ropa, poco adecuada para una oficina y salió tosiendo hacia el transporte público.
Ahora me ha dejado en la salita del café, está esperanzada en que a sus compañeros el frío les habrá el apetito porque con  eso comerá ella más tarde.    

miércoles, 16 de junio de 2010

Molesta no

Sé que mi madre está estresada.
Lo sé porque no me mete al horno y eso solo puede ser por dos cosas: o no tiene tiempo o no tiene cabeza. Sí la cosa es cuestión de tiempo vendrá pronto a cocinarme, pero si es su cabeza tardará un poco. Y es que ella prefiere no andarme amasando cuando está de malas. Luego me quemo o salgo con formas horrendas y se la agarra conmigo, o consigo que es peor; empieza a renegar y decir que es muy estúpida y eso a mí no me divierte.

Así que bueno, le tendré paciencia, si algo puedo agradecerle es que siempre que me prepara para una horneada, espera el momento indicado para hacerme con amor.