lunes, 28 de junio de 2010

Ardiendo en calor de hogar

                               

Después de semanas de agitación mental, de idas y venidas extrañas, de reveses melodramáticos y mudanzas estrepitosas, Mamá, yo y mis hermanos, logramos armar con algo de ingenio un hogar estable.
Por eso, la consigna y promesa de ayer domingo era por fin llevarme al horno; pero la idea original fue interrumpida por la oportunidad de lavar ropa sin gastar plata en casa de unos amigos, y por la necesidad de bajar a la playa por arena para la caja de Sabana.
Esperé paciente hasta que se hizo muy noche, y ya soñoliento me resigné a ser aplazado una vez más. Cuando llegó mi mamá trató de explicarme que no lo había hecho por defraudarme, y para que me sienta contento dejó aunque sea la masa hecha antes de acostarse. Yo ya no me molesté, supe que no había dejado de pensar en mí porque no olvidó traerme los huevos que me faltaban, y al darse cuenta que no tenía avena la reemplazó con kiwicha. Como no sabía si ponerme pasas o chocochips me puso de los dos, e hizo caso omiso a la falta de sal para la pizca de siempre. Saboreando la masa supo que quedé sabroso y se dispuso a darnos las buenas noches, primero a mí que quedo tapadito sobre la mesa de cajas que hizo para prepararme, luego a Dalia la flor  y a Neptuno el pez que viven sobre la ventana, y finalmente a Sabana la gata que suele ir con ella a la cama.
Dormí ansioso, sé que hace frío y mamá está bastante agitada con el asma y no le provoca salir de la cama, encima a Sabana se le ocurrió querer treparse a jugar conmigo en la madrugada y rompió un vaso e hizo un ruido horrible que asustó y agitó mucho a mamá, haciendo que sufriera enormemente para controlar sus espasmos bronquiales y conciliar el sueño. La pobre Sabana pasó el resto de la noche afuera…
A pesar de todo, mi preocupación era en vano; mamá se levantó dispuesta a hornearme. Limpió ella misma los quemadores del horno y se dispuso a pesarme. Quedé en bolitas perfectas de 50 gramos cada una y me adorno con más chispas de chocolate.
Mientras me empacaba pensó en él. Sí, otra vez en ese sonso que la tiene tan alterada emocionalmente y con el que se anda creyendo el cuento del amor eterno que se enfrenta al destino. Decidió parar y escribir. Cogió un lapicero y mancho un papel en blanco con algunos versos. Luego tomó su agenda y escribió que “hoy se daba permiso para extrañarlo pero no para desear que volviera”. Estaba terminando de cerrar el cuaderno cuando sonó el bendito teléfono. 
—Maldición —dije yo desde mi bolsa—. Ahora falta que sea él. Es por ese tipo de casualidades estúpidas que mamá cree que algo más poderoso que un capricho abrigado desde la infancia la une a él y su bizarra historia amorosa. Yo ya no se que pensar, sobre todo si la veo sonreír después de escucharlo y pararse contenta para comprobar que realmente está ahí bajo su ventana. Además siempre habla muy bien de mí y me come con placer lo cual a mamá le arranca una sonrisa aun más grande. Parece que su sórdida presencia la hace feliz porque aunque ella nunca lo llama, cuando él lo hace la veo iluminarse. 
Durante el tiempo que ese estuvo en casa se olvido de mí, pero tampoco le presto mucha atención él, se puso a limpiar sabiendo que la miraba. De rato en rato se reclamaban algo, parecía que querían anunciar el no verse definitivamente, pero ninguno se atrevió a decirlo.
A la media hora se fue, ni siquiera se dieron un beso, solo un “Chau” como quien lo va a ver más tarde mientras seguía barriendo. Luego corrió a la ventana, él también volteó y cruzaron tristes las miradas hasta que se sacaron la lengua. Suspiró mientras lo perdía otra vez y dio un salto sobre la cama, no estoy seguro si feliz o triste  pero al menos dispuesta a estar concentrada en mí. 
Tomó otra vez sus lapiceros y preparó un cartel muy a su manera para anunciar mi venta, luego terminó de sellar mi bolsa y de acomodarme en mi canasta. El día seguía lluvioso y noto que era tarde. Siempre se le hace tarde. Se vistió con mucha, mucha ropa, poco adecuada para una oficina y salió tosiendo hacia el transporte público.
Ahora me ha dejado en la salita del café, está esperanzada en que a sus compañeros el frío les habrá el apetito porque con  eso comerá ella más tarde.    

miércoles, 16 de junio de 2010

Molesta no

Sé que mi madre está estresada.
Lo sé porque no me mete al horno y eso solo puede ser por dos cosas: o no tiene tiempo o no tiene cabeza. Sí la cosa es cuestión de tiempo vendrá pronto a cocinarme, pero si es su cabeza tardará un poco. Y es que ella prefiere no andarme amasando cuando está de malas. Luego me quemo o salgo con formas horrendas y se la agarra conmigo, o consigo que es peor; empieza a renegar y decir que es muy estúpida y eso a mí no me divierte.

Así que bueno, le tendré paciencia, si algo puedo agradecerle es que siempre que me prepara para una horneada, espera el momento indicado para hacerme con amor.